viernes, 5 de junio de 2009

CANARIAS Y LAS PANDEMIAS


En estos días que términos como epidemia o pandemia andan en boca de todo el mundo, sería interesante dar un repaso a la historia para significar las razones por las que producen miedos tan ancestrales. Centrémonos en Canarias, que no ha quedado en absoluto al margen de los estragos ocasionados por estas plagas entre la población a lo largo de la historia. Los historiadores se han ocupado del tema en varias ocasiones, y hay en el mercado una interesante bibliografía que puede servirnos de base.
Según el profesor Justo Hernández, la primera enfermedad contagiosa que afectó a Canarias de las que se tiene indicios pudo ser la peste. Los normandos que desembarcaron en el Rubicón (Lanzarote), mucho antes de que las islas fueran de dominio castellano, pudieron haber producido un brote de este tipo, que quedó circunscrito a esa isla y a Fuerteventura. Se calcula que la pandemia surgió en torno a la mitad del siglo XIV en China y pudo acabar con un tercio de la población mundial. Alcanzó Venecia por los barcos que transportaban la seda y se propagó a través de las ratas y la acción de las pulgas.
Lo sucedido en La Gomera durante la segunda expedición de Cristóbal Colón a América está recogido en las investigaciones de los doctores Agustín Muñoz-Sanz y Francisco Guerra. Parece que todo comenzó el 5 de octubre de 1493 en la Isla Colombina, que ya había sido punto de atraque previo al Descubrimiento un año antes. Colón, que había iniciado su segundo viaje a América pertrechado con 17 barcos y 2.000 hombres, hizo escala en la isla. Además de proveerse de agua y víveres, compró ocho cerdas para engrosar el crecido número de animales domésticos que llevaba a las Indias, según un reportaje de El País publicado en septiembre de 1985. El 10 de diciembre de 1493, dos días después de llegar a la Isabela y de ser desembarcados los animales, comienza la epidemia. El mismo Colón llega a enfermar y son muchos los españoles que perecen. Los indios muertos se cuentan por miles; son tantos que llega un momento en que ya no son enterrados.
Según las estimaciones de Francisco Guerra, los cadáveres llegan al millón y medio. "La epidemia es comparable a la mal llamada gripe española de 1918 a 1920, que produjo también millones de muertos en Europa, afirma.Los historiadores habían responsabilizado hasta estas revelaciones a la viruela, junto a la crueldad de algunos conquistadores, de la gran mortalidad entre las poblaciones indígenas tras el Descubrimiento. Pero no fue así. Además, esta gripe porcina pionera fue tan arrasadora por las peculiares características del propio virus de la gripe, que sufre mutaciones o variaciones erráticas en su material genético y son estos mutantes los que provocan epidemias tan graves como ésta. La variedad de la gripe transmitida por el cerdo resultó particularmente maligna para una población americana que no tenía defensas contra esa enfermedad. "Los españoles llevaron a América males que los indios desconocían", declaró a El País en el mencionado reportaje Francisco Guerra.
Por eso mismo fue tan devastadora entre los guanches otra gripe inmediatamente posterior –aunque no por ello tuviera que estar relacionada con la gripe de Colón–, que habría surgido de otra mutación genética. Hablamos de la gripe de la modorra, definida así porque generaba somnolencia. El análisis de esta epidemia, que diezmó a los indígenas tinerfeños de forma definitiva en su lucha contra los conquistadores, se debe a la labor investigadora del mencionado Justo Hernández y de Conrado Rodríguez Martín, doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de La Laguna y director del Instituto Canario de Bioantropología de Tenerife. En el libro El enigma de la modorra (Ediciones Idea, 2005), Hernández y Rodríguez Martín calculan que sólo en Tenerife pudo haber entre finales de 1494 y comienzos de 1495 más de 4.000 muertes de una población de entre 15.000 y 20.000 guanches.
También denominado moquillo o morriña por quienes la trajeron pero no resultaron afectados, se determinó que era un tipo de gripe pues la sintomatología y los datos epidemiológicos eran concordantes con sus características. Existen evidencias, además, de que la afección se vio agravada por dos de sus más temibles complicaciones: la neumonía y la encefalitis letárgica. Aunque es posible que afectara a otras islas, sobre todo a Gran Canaria, se cebó con Tenerife, donde nunca se ha vuelto a repetir una plaga semejante. Resultó afectada la mitad de la población y el cataclismo demográfico fue especialmente severo en los menceyatos de Taoro, Tacoronte y Tegueste. Algunos conquistadores llegaron a atribuir el hecho de no resultar afectados a un milagro surgido de la divinidad para favorecer su objetivo invasor. De todos modos, el libro precisa que "la mayoría atribuyó la catástrofe a causas más naturales, como a los cadáveres de batallas anteriores al corromperse, el frío de ese invierno o el hambre. "Este hecho apunta claramente que no se trataba de una gripe pandémica. Si hubiera sido de este tipo, en el que el virus muta de un modo mucho más notable, los españoles también se hubieran visto afectados por la enfermedad, aunque no en el mismo grado que los guanches", añade el trabajo, que introduce otra conclusión reveladora: "No cabe la menor duda que esa epidemia tuvo que ver, y mucho, con la derrota final de los guanches, que acontecería un año más tarde [1496], al encontrarse sus efectivos reducidos entre una tercera parte y la mitad tras el trimestre escaso que vino a durar la enfermedad”
No volvió a repetirse aquel infierno. En los siguientes siglos, sobre todo a principios del XVIII y finales del XIX, se volvieron a dar otras epidemias (fiebre amarilla, cólera, viruela, fiebre tifoidea, gripe española, sarampión, tosferina y escarlatina) pero ni de lejos causaron tanto daño. Eso sí, el pánico se repitió en cada alarma o falsa alarma, como relatan Manuel Hernández (profesor titular de Historia de América de la Universidad de La Laguna) en su libro Enfermedad y muerte en Canarias en el siglo XVIII) o Luis Cola (historiador) en su trabajo Bandera Amarilla, ambos de Ediciones Idea. Muchas ermitas (San Roque en Garachico, San Juan en La Laguna, San Vicente en el Realejo Bajo...) y hasta cementerios (San Rafael y San Roque y el Lazareto en Santa Cruz) surgieron a raíz de estas amenazas invisibles y hubo un tiempo en el que Dios y hasta la brujería eran la única medicina al alcance de unos ciudadanos indefensos. Hoy las cosas han cambiado tanto que resulta muy improbable que la historia se repita. Pero parece quedar el sustrato del miedo ancestral. Eso explica la reacción popular cuando se anuncia algún nuevo brote, como la gripe de este año, que a nivel mundial ha causado incluso menos víctimas que las de años anteriores. Si uno fuese malpensado, podría llegar a teorizar sobre la conveniencia de disparar ciertas alarmas para solapar las verdaderas crisis que nos afectan en la actualidad... Pero eso ya sería entrar en el terreno de las especulaciones.

1 comentario:

Alba dijo...

Piensa mal y acertarás dice la gente, asi que no creo que estés muy perdido ni que sean especulaciones.

Hace poco leí sobre el origen artificial del Sida creado en laboratorios.
Son las llamadas operaciones sociales o guerra tranquila.Existe beneficio o ventaja en la confusión. Cuanto mayor es la confusión mayor es el beneficio.
Es un abordaje descarado crear situaciones para distraer la atención a los verdaderos problemas y enseguida ofrecer soluciones para calmar el temporal.