domingo, 22 de febrero de 2009

DONDE QUIERA QUE ESTÉS


Acabamos de celebrar ese día inventado en nombre de un concepto del amor verdaderamente horrible, como si un regalo hecho a mayor gloria del capitalismo pudiese compensar todo lo que no hemos sabido dar el resto del año a nuestras parejas. Por eso me he decidido a escribirte esta carta, aunque ahora mismo no sepa quién puedes ser ni donde estás. Pero por si acaso estamos al borde de conocernos, o tus dudas impiden que des el paso que pueda cambiar nuestra existencia para siempre, o lo que dure ese siempre en este supuesto caso, aquí están mis reflexiones sobre lo que tú y yo podemos llegar a ser.
A estas alturas de la historia han pasado algunas mujeres por mi vida. A todas las he querido de verdad (o he creído quererlas que en el fondo viene a ser lo mismo). No puedo quejarme. He sido un hombre afortunado y me han amado mucho más allá de mis propios merecimientos. Por eso es necesario explicar lo que necesito de ti, porque para serte sincero no quiero que seas mi amiga, ni mi novia, ni mi compañera, ni mi amante, ni una aventura fugaz. Ya he recorrido esos caminos: Por favor, sé mi hogar. Ese sitio cálido al que se regresa cada día buscando olvidar los cansancios del mundo. Donde refugiarse de sus decepciones y curarse de sus zarpazos. En el que quitarle llagas a la risa, en el que caer rendido después de la batalla. Ese lugar donde haya frescura y calor, seguridad y afecto siempre que se necesite. La alacena donde se conserve el alimento de las ilusiones y podamos recuperar con ellas las esperanzas perdidas.
Estoy dispuesto a apostar a que lo conseguimos sin pedir a cambio créditos de alto interés que se eternicen en el tiempo, ni avales, ni seguros. Nada de eso sirve en cuestiones como el amor. Tampoco palabras que entrañen promesas, ni ceremonias que lleven consigo un determinado compromiso. Nada habrá que celebrar, excepto la alegría del encuentro si tu y yo nos convertimos en nosotros, en el lugar del que nos podremos ir tranquilos sabiendo que está ahí, a prueba de catástrofes, porque la única que me afectaría de verdad sería tu ausencia. Me enternece sólo de pensar en ello, en el hogar en que te convertirías, que recordaría cuando me fuese de viaje, que echaría de menos de repente, estando en el trabajo o de juerga con los amigos. Te aseguro que no pido que seas mi orgullo ni mi verdad. Tampoco una razón para vivir, porque tengo otras muchas que me valen. No has de ser respuesta a ninguna pregunta, sino el lugar donde dejar que se explayen los sentidos y encontrar el paraíso, renegar de la maldad o contar los milagros que hagas estallar ante mis ojos.
No será fácil, lo sé de sobra. Habrá que mimar ese concepto y la realidad que entrañe para que podamos conservarlo, someterlo a limpieza general cuando se acumule el polvo de la rutina. Por cierto, que nadie ha dicho que no hayas de tener defectos. Estaría bueno, estando yo al otro lado de la balanza. Pero puede que encontremos la manera de compensar nuestras diferencias, los cambios de humor, la mala leche, la desconfianza, los olvidos, la indiferencias que asomen a veces . Hasta puede que los convirtamos en virtudes, aunque no soy tan tonto como para llegar a tanto. Pero un hogar ha de tener su su polvo y sus manchas. Ya buscaremos tiempo y formas para limpiarlo.
Inventar nuestra manera de convivir. Se trata de eso, porque no hay recetas. Edificar un lugar donde colgar los cuadros abstractos que pinte la vida y encauzar el oxígeno de los sueños. Ese rincón donde dejar volar las mariposas del deseo y la ternura. Ni siquiera sería preciso que ocupases mis días con tu tiempo, ni que mi nombre figurase el primero en tu agenda. En absoluto. Sólo bastaría con una veredita que condujera al centro neurálgico de tu ser, aunque tampoco tengo intención de marcarla con las huellas de mis pies, porque tengo muy claro que has de seguir siendo tú, en eso no quiero entrometerme. Tu en tu casa, yo en la mía y el sexo en la que compartamos cuando lo deseemos. No me hace falta conocer tus secretos, y me gustaría conservar los míos.
Resulta curioso que ande buscando un hogar de ese tipo, cuando me he pasado años huyendo de ellos. Es diferente, antes me esforzaba por construirme uno dentro de mí. Uno tan sólido y grato, que no necesitaba los anhelos ni los miedos de nadie para combatir los míos. Ese hogar interior ya lo tengo, se conserva intacto para poder huir cuando me agobia lo que me rodea. Pero he aprendido que eso no significa escapar corriendo de las puertas que me abran otros. Te lo he dicho antes, hubo mujeres que me abrieron algunas en el pasado, pero siempre veía sombras que amenazaban con atraparme en una idea del futuro que no era la mía. Así que esperé a que fuese la hora y el lugar indicados para dar forma a una esperanza.
Así que cuando quieras, estoy dispuesto a abrir esa puerta. Abrámosla juntos. Juguemos a ser lo que queramos ser, seamos valientes e imaginativos, saboreemos los platos del placer que nos aguarda, sin que seamos cada uno el destino del otro. Basta con vivir. Con ser la compañía que complemente la vida, e incluso la muerte. Acaso tengamos suerte y nunca nos arrepintamos de ello. ¿Por qué habría de ser de otra manera? Donde quiera que estés, te reto a que arriesgues lo mismo que yo estoy dispuesto a arriesgar en esa apuesta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me alegra leerte otra vez. Te echaba de menos.

Un beso.

Mª José