viernes, 5 de diciembre de 2008

EDUCAR PARA LA LIBERTAD


A lo largo de mi vida como padre, ha sido una de mis principales preocupaciones educar a mi hija para que sea una persona libre. ¿Es posible hacerlo? ¿Es nuestra obligación de padres estimular a nuestros hijos a asumir su libertad con todas las consecuencias que ello acarrea? ¿Tenemos que instarles a rebelarse de los organismos y las personas que intenten atarlos, de los temores infundados, de las necesidades superfluas y de los despotismos? En teoría todos deberíamos aspirar a esa clase de libertad, pero en realidad ocurre lo contrario: ambicionar más de lo que nos es posible tener es lo que nos convierte en seres inconformes con lo que la sociedad nos ofrece en forma de injusticias, y vivir esa contradicción no es sencillo porque puede acarrearnos frustraciones evidentes.
Ser libre es también asumir un alto grado de responsabilidad, el precio que hemos de pagar por nuestro compromiso. Es sencillo ser crítico cuando no se está en los lugares donde se toman decisiones que afectan a la mayoría, pero llega el desconcierto si los azares de la vida nos llevan hasta alguno de esos puestos hacia donde dirigíamos hasta esos momentos nuestros ataques dialécticos o de cualquier otro tipo. Desde detrás de la barrera se pueden sugerir los planes más descabellados, las medidas más severas, o realizar críticas sin ningún sentido o alternativas válidas: Que sean otros los que asuman la responsabilidad de equivocarse. Otro gallo nos cantaría si por sorpresa ocupáramos un puesto de responsabilidad y nos convirtiéramos en la diana de las críticas de otros.
Por eso es más sencillo tener una vida regida por terceros o enmarcada dentro de determinadas circunstancias que escapan a nuestro control. Por eso es bastante sencillo manipular a la gente, y algunas dictaduras y fascismos han llegado al poder por la vía democrática o se han mantenido en él durante años: Basta crear una situación extrema que fomente nuestros miedos más ancestrales y buscar enemigos aunque realmente no existan: A partir de ahí surge la figura del Salvador, la persona que se nos muestra imprescindible para rescatarnos de nuestras debilidades. Lo que viene después es sobradamente conocido.
La educación moral tendría que encauzarse en la dirección de combatir esta tendencia a eludir el concepto de libertad responsable. En las familias, pero también en los centros de enseñanza: Conseguir que cada persona a nivel individual sea sensible a la posibilidad de que en determinados momentos de su vida habrá de tomar decisiones que moldearán el futuro propio y otras personas. Es, al fin y al cabo, el derecho pero también el compromiso que entraña la Autodeterminación, un concepto del que tanto se habla desde determinadas instancias que lo manipulan hasta límites insospechados.
Una última reflexión, y por ello no menos importante para ser libre, se refiere al conocimiento, al saber. A medida que aprendemos más acerca del mundo que nos rodea, el orden social donde nos movemos, o sobre nosotros mismos; nos hacemos más perceptivos a las sutiles amenazas y manipulaciones que surgen en nuestro entorno. Y el uso del conocimiento para dar forma a las metas que nos marquemos nos volverá más racionales y menos caprichosos. Es evidente que resulta imposible prever todas las circunstancias que influirán a posteriori en nuestros planes, pero cuanto más capaces seamos de analizar las causas y consecuencia de esos actos, más sentido tiene correr los peligros que se derivarán de los mismos. Sólo así valdrá la pena arriesgarse en la vida.

1 comentario:

Jony dijo...

Yo creo que tal y como esta la vida, tal y como esta de sucia la sociedad, la mejor opcion es educarles a pasar inadvertidos por ella...siempre he dicho que aquel que es suficiente listo como para pasar inadvertido al final sale ganando.