jueves, 25 de diciembre de 2008

AMANECER EN LA PLAYA


Leves ráfagas de aire se arremolinan en torno a aquél pequeño recodo de la costa, la mayoría de las veces resguardado de las inclemencias del tiempo. Una hoja de papel levanta el vuelo y va a caer en la arena húmeda de la playa cercana. La espuma del mar hace esfuerzos por recuperar algo que parece considerar suyo. Quizás sólo sea para proteger la intimidad de un amigo que sufre, porque el mar siempre le ha sido fiel a la gente que ama. Conoce su contenido, y quiere preservar como sea la intimidad de los sentimientos que allí se reflejan. El caso es que me adelanté a sus deseos, porque yo también me levanté temprano esta mañana de navidad para pasear por la solitaria playa, he sido testigo privilegiado de toda la escena, y decidí hacerme con el trozo de papel, intrigado por lo que significaba. Su contenido me emocionó profundamente:

‘Amanece en este primer 25 de diciembre sin tu presencia… Esta ha sido una larga, larguísima noche, escuchando los ecos de las celebraciones mientras el dolor no hacía más que crecer a medida que avanzaban las horas. Busqué consuelo en los recuerdos, intentando revivir en soledad los momentos felices que pasamos juntos. Pero no había alivio para el tremendo sentimiento de pérdida con que me castiga tu ausencia…
Por eso estoy ahora aquí, en nuestro sitio preferido en compañía del mar, esperando que el amanecer ayude a mitigar las heridas que parecen no cerrar nunca, desde que aquél conductor borracho se interpuso en tu camino. En este pequeño rincón donde tantas veces nos alejamos del mundo están tu olor y tu sabor, porque siempre me pareció que tu cuerpo estaba impregnado de esencias marinas.
Hoy necesito recuperar la maravillosa sensación que me atravesaba el pecho cuando te besaba. Lo necesito más que el respirar, porque será la única manera de acallar las lágrimas que amenazan con secarme el corazón por completo. Hace frío, pero no importa. Lo compensa el tremendo silencio, que ha puesto orden en el bullicio de horas atrás. En el preciso instante en que el sol haga su aparición sobre el horizonte, cerraré los ojos, me inspiraré en la magia que sabías transmitirme y volveré a besarte. Aunque sea por última vez, pero ese y no otro es el regalo de Navidad que le exijo a la vida y a la muerte: El sabor de tus labios.
Luego… No importa lo que venga luego. Puede que esto haga más sobrellevadera la tristeza, que las llagas cicatricen, que nunca me sobreponga al desastre. Que más da. Es el ahora, porque desde hace cuatro meses nunca te había sentido tan cerca: Estás aquí, me engaño sintiendo tu cuerpo abrazado al mío y soy feliz. Las olas ponen música, el sol nos hace guiños tras las nubes, y una bandada de gaviotas acaban de pasar para felicitarnos la navidad con gritos de júbilo’…

Me pregunto si lo que narra será real, o sólo anotaciones para una historia que alguien estuviese barruntando y decidió desechar en el último momento… Da igual. Siento como si me hubiese entrometido en algo que no me correspondía. Por eso he decidido entregar el papel al que parece haber asumido su condición de custodio. Me acerco a las rocas cercanas y dejo que la brisa cumpla su misión de depositarlo suavemente sobre la superficie del mar. Luego me doy la vuelta con la mayor discreción y me alejo, deseando fervientemente que hoy pueda ser un día de paz y serenidad para el anónimo protagonista de aquella historia…

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