jueves, 20 de noviembre de 2008

MI HÉROE, MI MENTOR..., MI AMIGO


Siempre he tenido la íntima convicción de que nadie debería ser considerado un héroe a causa una acción aislada, sino por el ejemplo que nos puede ofrecer con su vida. También creo que en la mayoría de las ocasiones son personas anónimas, que nunca llegarán a los titulares de las noticias, ni ocuparán un lugar en los libros de historia. En general son gente sencilla y anónima, que viven su excepcional categoría humana con la mayor de las naturalidades. Me tengo por afortunado al haber conocido en mi juventud a alguien así, que llegó a darme en un momento importante de mi formación como persona, lecciones impagables sobre la vida. Los que me conocen desde hace tiempo ya saben a quién me refiero, pues en más de una ocasión me he referido a él. Hoy vuelve a ser protagonista después de tantos años desaparecido. La casualidad o el destino han hecho que conociera recientemente a uno de sus nietos. Y han retornado los recuerdos con la fuerza del cariño que le profesé, y la convicción de que se convirtió durante el escaso tiempo en que disfruté de su amistad, en una de las personas que más han influido en mi forma de pensar y de sentir.
Lo conocí como Don José, y así lo he llamado siempre. Apareció en mi vida allá por el lejano año de 1977, época de grandes cambios en nuestra más reciente historia, cuando se desmoronaban los restos del andamiaje de la dictadura y la libertad intentaba abrirse paso en España. Con el vigor y la ingenuidad de mis veinte años, yo era un impulsivo militante de un grupúsculo de extrema izquierda y me sentía como un genuino héroe revolucionario, capaz de cambiar la Historia y salvar al mundo de sus iniquidades. Su aparición acabaría por poner las cosas en su sitio, sobre todo al enterarme de que había retornado del exilio y poseía una historia a sus espaldas que transformaba en verdad eso que dicen sobre que a veces la realidad supera cualquier ficción.
Mi amigo destacaba por el aire de serenidad que transmitía, su espléndida melena blanca a lo Rafael Alberti, y una amplitud de conocimientos sobre los movimientos sociales, la filosofía y la historia del siglo XX que me abrumaban. Daba la impresión de estar en posesión de toda la sabiduría que un ser humano es capaz de albergar. De inmediato, y a pesar de nuestra diferencia de edad, congeniamos. Fue como si me tomase bajo su protección, y yo me lo tomé como una ocasión única para madurar. Disfrutábamos dando largos paseos y charlando sobre lo divino y lo humano. Descubrí pronto que vejez no es sinónimo de conservadurismo, y que la edad avanzada no significa apagar la mente o las ganas de transformar la sociedad. También contribuyó a limar las aristas de mi carácter: Asumí que se ha de ser firme en las convicciones respetando el derecho de los demás a discrepar; así como a aceptar que el error humano está en su naturaleza, por lo que es inevitable aprender a perdonar.
Pero todo eso no convierte a D. José en un héroe, sólo en mentor de un joven al que ayudó a encauzar sus energías en un momento decisivo de su existencia. Lo realmente asombroso de D. José era su vida, que me fue llegando a retazos, como un puzzle que tomase cuerpo a medida que pasaba el tiempo. Todo comenzó el día en que apareció orgulloso con una pegatina del Partido Comunista en la solapa de su chaqueta y me comentó que iba a asistir a un mitin en el que participaba un dirigente nacional en campaña de cara a les elecciones. Le pedí que me dejase acompañarlo, y no salí de mi asombro al comprobar que todo el mundo parecía conocerlo y le saludaban con cariño y respeto.
Su historia comenzó a ver la luz ante mis asombrados ojos, poco a poco. Con el paso del tiempo me fui enterando de la esperanza que supuso la proclamación de la República para un adolescente que comenzaba a entender las causas de las injusticias; de lo que significó el Golpe Militar y el horror salvaje de la represión falangista; la Prisión y las levas nocturnas de compañeros de los que nunca más se supo; la huida a la costa africana y el posterior traslado a la Península donde logró incorporarse al frente de Aragón; la guerra fraticida; el amargo sabor de la derrota y la huida masiva a Francia; el campo de internamiento francés donde morían a centenares por el frío, las enfermedades y la mala alimentación; de una nueva evasión y el vagar por el país hasta incorporarse a la Resistencia contra el invasor alemán; la captura a manos de los nazis y el traslado a Mauthausen, el Campo de Exterminio donde perecieron más de 10.000 exiliados españoles, el único liberado por los propios presos antes de la llegada de las fuerzas aliadas. Y, por último, su marcha a Venezuela para comenzar de nuevo con la necesidad de olvidar, de conseguir un poco de tranquilidad, convencido de que nunca podría volver a pisar su tierra isleña, y que el exilio era su destino final..., hasta la noticia de la muerte del dictador y el deseo irrefrenable de volver tras la legalización del Partido.
Me resultaba imposible entender que no hubiese rencor en su alma. Nunca se vanagloriaba del pasado, porque su razón de ser era el futuro. No tenía dudas ideológicas, a pesar de ser enormemente crítico con lo que se ha venido en llamar el socialismo real. Decía que nadie tiene derecho a asesinar las Utopías, porque sin ellas acabaríamos pudriéndonos por dentro. Lo que son las cosas: Después de un montón de vicisitudes en mi vida, he acabado pensando lo mismo. Igual es el mejor homenaje que puedo hacerle. Porque en estos días en que el azar me ha acercado a uno de sus nietos, mi viejo amigo desaparecido ha vuelto a emocionarme profundamente. Según me cuentan, en una cansada caja de zapatos ahora finalmente extraviada, guardaba sus pertenencias más queridas. Y entre ellas figuraba una foto en blanco y negro de un veinteañero con vaqueros, barba y melena descuidada. Alguien a quién, al parecer, él también llamaba amigo... Les aseguro que nunca me he sentido más honrado.

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