miércoles, 3 de septiembre de 2008

VACACIONES


Con esto del veraneo, a mi cerebro de eterno aspirante a gandul le ha dado por reflexionar sobre las barbaridades que es capaz de cometer la gente con tal de creerse que han disfrutado las vacaciones. A mí siempre me han parecido un tiempo propicio para el descanso, para ponerme al día en lecturas que se han ido acumulando con el paso del año laboral, y tumbarme a descansar todo el tiempo que sea posible. Y si es en algún lugar lejos del mundanal ruido veraniego, mejor que mejor.
¿Se han dado cuenta de las obsesiones que tiene el personal por viajar? Desde que los precios de los viajes se han abaratado hasta permitir que cualquier hijo de vecino pueda trasladarse hasta el último rincón del planeta con un coste económico razonable, nos hemos soltado el pelo y somos capaces de pegarnos panzadas de horas en un incómodo avión, de soportar inclemencias climatológicas y de infraestructura, agarrar colitis espantosas, y sudar estrés a gota gorda para poder contar a la vuelta al trabajo los maravillosos días de asueto que hemos pasado.
No me entiendan mal: No es que odie viajar, es que hacerlo no te convierte en un viajero, sino en turista: un espécimen que detesto. Ahora todo son prisas, se viaja para ‘ver cosas’, no para tener experiencias nuevas que te aporten cuestiones positivas en la vida. Pues no: La cuestión ir donde va todo el mundo para correr de aquí para allá rodeado de otros necios que han decidido hacer lo mismo y en la misma época del año. Ir armado con la cámara fotográfica para sacar cuantas más fotos mejor, alojarse en el mejor hotel posible, y pegarse panzadas enormes yendo de un lado para otro para cumplir con los consejos que algún sádico nos haya dejado en la correspondiente guía turística.
Total, que llegas a casa tan reventado que la sola idea de comenzar a trabajar de nuevo resulta agotadora. Pues que quieren que les diga: Prefiero la tranquilidad de no cumplir con planes que te esclavizan, permanecer en la cama siempre que me apetezca (y si es acompañado, mejor que mejor), dejar que el tiempo pase como le dé la real gana (y olvidarme de los relojes, evidentemente), estar cerca del mar para darme todos los chapuzones que me apetezcan, dar largos paseos al caer la tarde y tomar una cervecita fresca al anochecer para contribuir a restaurar la temperatura interior ideal.
No conozco mejor ocio que el de no hacer nada, o en su defecto, hacer lo menos posible. ¿Aburrido, dices? Pues bendito aburrimiento...

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