jueves, 11 de septiembre de 2008

SIRENA


No puedo evitar volver de vez en cuando a retomar mis temas más queridos: Los que tienen que ver con el mar, sus misterios, héroes y mitologías. Quizás porque ser isla marca mucho, o puede que sea porque siempre lo he considerado mi más leal y fiel amigo. Y aunque la deuda que tenía con él creo haberla saldado en el último libro, donde se convierte en el protagonista absoluto, en el fondo no se trata de deudas, sino de sentimientos.

Así que no se me ocurre mejor manera para celebrar el regreso al encuentro diario con toda esa gente que inexplicablemente visita este rincón, que un poema en el que se habla de las sirenas. Porque las islas en las que vivo están llenas de ellas, aunque en el fondo no sepan que en realidad lo son. Y al contrario de las falacias que contaba Homero, no son seres que busquen la perdición de los marinos, sino que son capaces de salvarte de cualquier naufrágio. Para ellas va dedicado este poema.


Abandonaste tu condena
de tierra adentro,
buscando estar en tu elemento.
Y en él te hallé un día,
fusionada con el agua
mientras te deslizabas
con armoniosa belleza,
resplandeciendo sobre la isla,
la misma luz, los espejos,
los espacios vacíos
y los días deprimentes.

Sorprendí algo parecido
a un ritmo de armonías,
un movimiento casi mágico
de señaladas afinidades
y brazadas de amistad,
que le dieron un aire festivo
a los minutos y los ojos.
Desde entonces
te imagino en el océano
jugando con las olas
empapada de sal,
designio para los sentidos
del hombre que te contemple
y sepa agradecer su suerte.

Tienes alma de sirena,
porque has de ser criatura
nacida en el seno de los mares,
y llevas en tu ser más íntimo
los sueños de marinos y poetas,
desencadenando por igual
pasiones y ternuras.
Por eso yo te acuso
de desbaratarle a la vida
sus instrumentos de tortura,
y te doy la bienvenida
a esta tierra que riegas
con tu hermosa presencia
y tu cualidad de criatura
mitad océano, mitad mar.