viernes, 12 de septiembre de 2008

EN AQUÉL OTRO 11 DE SEPTIEMBRE...

Yo también estoy con el recuerdo a las víctimas. Todas, absolutamente todas son inocentes. Eso que nadie lo ponga en duda. Pero no puedo evitar pensar que ha habido otros 11 de septiembre. Como aquél en que la ira de los criminales, metidos previamente en la piel de militares salvapatrias, bombardeó sin piedad el Palacio Presidencial en Chile, inaugurando una dictadura salvaje que hizo desaparecer a miles de chilenos. Han pasado 35 años. Da igual: aquél 11 de septiembre de 1973 no ha podido ser borrado como uno de los días más negros de la libertad y la democracia. El derecho fue sustituido por las balas y la sinrazón, y en eso tuvo mucho que ver un país que siempre ha considerado América Latina como su ‘patio trasero’, y nunca puso reparos en intervenir de la manera que fuese cuando sucedía algo que consideraba contrario a sus intereses económicos y geoestratégicos.
La muerte del Presidente Salvador Allende es inevitable que se tornase en símbolo. Pocas oportunidades han habido, en la que un político toma una decisión de tal calibre: Defender la legalidad constitucional por sobre todas las cosas, y sabiendo que le iba la vida en ello. Su último discurso debería ser de obligado estudio en las escuelas. A mí nunca deja de emocionarme, a pesar de haberlo escuchado tantas veces. La dignidad de que hace gala le convierte en un héroe democrático. Y de esos no estamos sobrados precisamente en la historia.
Por Allende, por todas las víctimas de la represión militar en el Cono Sur americano... Por conceptos como democracia y libertad, a los que no solemos dar la importancia que poseen hasta que los perdemos.
En nuestra memoria, siempre...
Trascripción literal del último discurso del Salvador Allende:
‘Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Postales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado Director General de carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la Patria, a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clases para defender también las ventajas de una sociedad capitalista de unos pocos. Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar no acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.


1 comentario:

Foxy Lady dijo...

Como pasa el tiempo, no?