jueves, 7 de agosto de 2008

NO QUIERO QUE MUERAS


Rotundamente no: Me niego a que acabes tragado por el océano que yo tanto amo. Y cuando llegues a nuestras costas, comprobarás que siempre podrás encontrar a un buen hombre, que te recibirá con los brazos abiertos al mar y sus tragedias. O a una muchacha tumbada en la arena de la playa, que olvidará sus horas de asueto, decidida a recibirte contra viento y marea, dispuesta a estrecharte en sus brazos sin importarle el abismo abierto por siglos de distancia y colonización. Son gentes a las que nada les interesan las estrategias económicas o políticas. Ciudadanos de un continente, herederos de los que abrieron una brecha enorme entre su mundo -blanco, rico e insensible- y el tuyo -negro, valiente y terrible-
Ten por seguro que siempre encontrarás en nuestras playas gentes que abominan de la indiferencia, como aquella vez en que una foto inmortalizó a un niño tembloroso e inocente, que se acercaba con su cubo de plástico lleno del agua que había arrastrado hasta la arena a un compañero tuyo, para intentar saciarle la sed que le quemaba las entrañas con el mismo mar que a ti te envenena la travesía.
¿Me permites que te llame amigo? Voy a tomarme esa libertad para exigirte que no mueras, porque a pesar de los que pretenden negarte la entrada con leyes promulgadas (o las que estarán por venir) por los que se aprovechan del miedo de los demás para sacar una tajada de votos... O las campañas miserables de medios de comunicación que sólo piensan en la rentabilidad económica; siguen existiendo buenas personas que te atienden desinteresadamente cuando acabas de bajar desfallecido del cayuco, te abrigan con lo primero que tienen a mano como si acabaras de nacer, y te dan los alimentos y el agua que tanto te han faltado...
Porque en este tiempo oscuro de muertes y naufragios en que las noticias llegan cargadas de sinrazón y tragedias, hay hombres y mujeres que velan por ti, querido amigo: Los de la Guardia Civil del Mar, que ponen muchas veces en peligro sus propias vidas para ayudarte. O los voluntarios de la Cruz Roja de Canarias, que trabajan recibiendo a quienes alcanzan la orilla y la esperanza de una vida mejor, y muchas veces han tenido que soportar la terrible prueba de arrojar a sus compañeros muertos por la borda y llegan con los ojos abiertos al horror....
Son los que están en primera línea del combate para salvarte la vida. Los que no dejan de preguntarse cómo es posible lanzarse al mar hacinados entre esas cuatro tablas, muertos de sed y de frío, proyecto de cadáveres arrastrados por el miedo y las olas. Son los que se niegan a que veas sus lágrimas, animados por tu arrojo, concentrados en su maravillosa tarea de darle calor a unos huesos que no paran de temblar, y alimentar estómagos vacíos de no se sabe cuántos días; pero que luego han de vaciar sus ojos cuando todo acaba, y las cámaras y los flashes dejan paso a la meditación sobre el espanto de sus vivencias repetidas.
Aquí, diseminado por la costa, hay un ejército de traductores, médicos, enfermeros, sicólogos y gente normal y corriente que te recibirá con los brazos abiertos cuando desembarques, sin importarles las normas que dicten las autoridades, o saber de dónde vienes. Otros dirán que formas parte de una invasión silenciosa, demostrando con ello su verdadera catadura moral. Se afanarán por evitar por medios no siempre confesables que llegues hasta nosotros. Algunos se tragarán esa patraña que alimenta los instintos más bajos de determinados ciudadanos. Pero, amigo mío, yo me quedo con los esfuerzos y los sollozos de la buena gente que lleva años abrazando a los que llegan. Lo asombroso es que lo hacen exclusivamente porque saben que alguien ha de hacerlo. Y que curioso: Nunca les escucharás criticarte. Será porque han tenido tiempo de conocerte bien.