miércoles, 13 de agosto de 2008


Era una mañana fría, aunque en el fondo eso daba igual sabiendo que iba a morir. El sol comenzaba a alzar sus primeros rayos, por encima de la tapia del cementerio. Justo al lado de la fosa que le habían obligado a cavar junto a sus compañeros víctimas de la infamia; aún quedaba en pie una margarita blanca, como último homenaje a la belleza y la vida. Con un gesto imperceptible para los asesinos se pusieron de acuerdo en no estropearla y despedirse del mundo con esa íntima satisfacción de victoria sobre la barbarie.
Tras el estruendo de la descarga, una gota de sangre sobrevoló lentamente el amasijo de de hombres asesinados y fue a posarse con la delicadeza de una mariposa sobre la flor. Allí dibujó un eterno instante de rojo carmesí en su memoria...
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