martes, 19 de agosto de 2008

ARRUGAS


Cada día soporto menos la obsesión por la belleza de este mundo occidental que nos ha tocado vivir. Y a ese respecto resulta muy significativa la penosa situación en que esa obcecación coloca a nuestros mayores. Pasada la edad productiva, la mayoría se convierten en una molestia familiar, un mueble antiguo con el que no sabemos qué hacer. Lejos queda el estatus de experiencia y sabiduría que tienen en otras culturas los viejos, donde se les respeta y venera, pues son una fuente inagotable a la que todos acuden en busca de consejo. Por avergonzarnos, lo hacemos hasta de las arrugas, uno de los distintivos físicos más evidentes de la vejez, junto con los achaques propios de la edad. Nos negamos a entender que el proceso del envejecimiento es algo tan natural como la vida misma, y que en múltiples ocasiones es solamente un proceso físico. Porque de otra manera no se entiende que haya conocido a treintañeros que parecen tener noventa años, y gente de ochenta que conservan todas las ilusiones de la juventud y afrontan los pocos años que les quedan por vivir llenos de vitalidad e inquietudes.
El problema es que la sociedad consumista en la que nos desenvolvemos pretende meternos por los ojos un determinado concepto de belleza corporal, y en su afán por hacerlo llega en último término a concluir que no tener una imagen propia de los veinte años es casi un delito. Algunos anuncios televisivos sobre productos de belleza son un verdadero insulto, un golpe moral de una bajeza despreciable lanzado directamente contra la dignidad de nuestros mayores.
Querer ser perfecto nos convierte en monstruos. La belleza no está en la perfección, sino en el conjunto armonioso de múltiples imperfecciones. Es un concepto válido para desenvolvernos por la vida y, desde luego, en lo que respecta al aspecto físico. Pasada la cincuentena en que me encuentro, y con determinadas tormentas que inevitablemente le han azotado a uno en el navegar por la vida, he aprendido que las ilusiones te hacen joven por dentro, lo que no impide también madurar. Tal vez no tenga tantas como en los años de la adolescencia, pero son más reflexivas, profundas y juiciosas. Además, los años van suprimiendo complejos y aportan experiencia, aplomo y sensatez. Esas son también arrugas interiores que me niego rotundamente a borrar. Cada año que pasa sé menos, porque asumo con naturalidad que me queda mucho por aprender, y en ese afán por aprender forjo mis esperanzas. La perfección es un concepto que me interesa cada vez menos, porque he decidido cuidar con mimo todas mis imperfecciones. Así que las señales de envejecimiento que vayan surgiendo son recibidas con absoluta naturalidad, asumiendo que la juventud es una forma de sentir y pensar. Y en cuanto a las arrugas, en todo caso son un símbolo de haber vivido, y puede que también de haber hecho las cosas como es debido.

1 comentario:

CRO dijo...

La foto me conmueve porque desde siempre la pequeña mano de un bebé con sus pequeños deditos en una mano adulta me parece ultra tierno y fantástico.
Lo que decís de la vejez es muy cierto y muy triste,parece mentira ver personas que ya tienen nietos pero conservan figura de veinteañeros a fuerza de cirujías o esfuerzos exagerados...
A mi me hace mal ver ancianos en geriatricos... sobre todo quienes los han dejado ahi como si nada sin ningun tipo de culpa...abandonados...
Para mi quererse a uno mismo y cuidarse en todo sentido es fundamental pero nunca como una obseción.
besos