jueves, 10 de julio de 2008

MUJER EN EL VIENTO


Al pensarte mis labios tiemblan
porque se saben
derrotados de antemano
ante la magnitud del desafío,
mientras el tintineo de las cadenas
llena el lugar
con el eco de sus sonidos.
El que presume de ser libre
se pregunta
por qué te retrasas tanto
y me dejas solo frente a la vida.
¿Será que merezco
que las noches sean suficientes
para mis sueños?
Lo sé, lo sé...
No hace falta que lo digas:
Eres un íntimo secreto
que almaceno en mis poemas,
se proyecta al desierto de la lengua
y al futuro imperfecto
que está desmenuzando
el presente continuo que vivimos
en forma de abismo,
sin puentes que ayuden a traspasarlo.
Contigo de protagonista,
escribir se convierte
en respirar un aire que no se usa.
A veces casi me ahogo,
como si jamás hubieses existido,
como si existieras desde siempre,
pero en mis esperanzas.
Por eso he de contentarme
con mirarte en silencio,
abrazar tu cuerpo desde la distancia
que me otorgan estos versos,
convertida en dispersión eterna.
Asumo que mi alegría de ti
nunca será felicidad:
Tranquila, no has de hacer nada
porque de nada eres culpable,
así que no tiendas la mano
para socorrerme
aunque me ahogue en mis anhelos:
Tal vez te encuentre algún día
en un callejón desierto,
a la vera de cualquier camino,
bebiendo un sorbo de agua,
o asomada al balcón de la vida.
Puede que me llegue tu pista
en el fragmento de una canción
que diga cosas hermosas
sobre la tristeza y la esperanza.
Con eso ya es suficiente.
Pero no estaría mal
que si el alisio se topara contigo
en uno de sus periplos veraniegos,
tuviera el gesto amable
de remitir a mi jardín tu corazón
entre las alas de una mariposa:
El terremoto consecuente
arrasaría con todas mis soledades.

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