domingo, 1 de junio de 2008

EL AMOR TAMBIÉN ES RELATIVO


-“Sabía que el tiempo es relativo, pero antes era pura teoría. Desde que la conocí lo viví en carne propia. Antes era sencillo medir el tiempo. Pero con ella todo fue diferente: Cuando no estaba, la vida transcurría a cámara lenta: Los minutos duraban horas, se eternizaban para mi propia desesperación. Pero cuando la tenía a mi lado ocurría lo contrario, porque siempre me faltaba tiempo para admirar su cuerpo de diosa, escuchar su risa cristalina y mirarme en sus ojos, misteriosos y azules como el mar.
Si fuese poeta intentaría describirles su mirada, aún a riesgo de mi propia frustración, porque seguramente me quedaría corto. Como no lo soy les dejo con la incógnita, pero lamento profundamente que ya no tengan la oportunidad de poder pasar por esa experiencia. Eran ojos que te desnudaban las entrañas y te llenaban de luz.
Y qué decir de su sonrisa, en la que asomaban unos dientes blanquísimos rozando levemente el labio inferior, como una promesa de deleites que te llevarían a un cielo muy distinto del que prometen las religiones. ..
Y si hubiesen podido escucharla reír a carcajadas, sabrían lo que es el verdadero poder de la magia. Nunca conocí mejor terapia que esa. Reía ajena a todo, con una hilaridad limpia, que borraba de un plumazo las contrariedades, y los desencantos. Desde que la conocí no volví a ver a mi terapeuta.
¿Cuánto puede durar una despedida? Con ella eran jodidas, puedo jurarlo. Siempre quedaba una mirada de más, algo que hacer, algo que decir, una caricia que dar... Cualquier cosa que pudiese alargar ese último minuto que tanto odiaba. Cuando dejaba de sentirla cerca sólo podía pensar en volver a verla, y en lo mucho que desperdiciaba mi vida contando los segundos que faltaban para que ese momento llegase.
Imaginen lo que sentí cuando me dijo que lo nuestro había acabado. No creo que puedan. Creo recordar que unos cuantos tópicos salieron a la luz, mezclados con el aire que expelía su boca: Que ya no era lo mismo, que se sentía agobiada, que necesitaba un cambio... Mi mundo se paralizó. El tiempo dejó de existir, y el espacio se fue encogiendo al mismo ritmo que mi alma, mientras ella no cesaba de exponer sus argumentos. Deseaba con todas mis fuerzas que se callase, pero mis labios se negaban a despegarse, y me era imposible emitir sonido alguno...
Cuando recobré algo de razón, tenía un cuchillo ensangrentado entre las manos, y ella estaba caída a mis pies en medio de un charco de sangre. No espero que entiendan, porque ni yo mismo puedo hacerlo. Ya no existe relatividad alguna: Ella está muerta y yo lo estaré en unos instantes. Así de simple y desnuda es a veces la verdad. Lo siento. Lo siento muchísimo”-

El subinspector Padrón suspiró al acabar de leer la nota. Escribía bien aquél tipo. Y le había servido para confirmar lo que sospechó desde un principio. Ni siquiera entendía qué hacía allí el segundo de a bordo de la Brigada de Homicidios. Bastaba con echar un vistazo al lugar de los hechos para que hasta a un principiante le resultara evidente que se trataba de un nuevo caso de Violencia de Género. Pero esta vez los protagonistas eran miembros de la alta sociedad, descendientes de dos de las familias de más rancio abolengo de la ciudad: El Jefe quería tenerlo todo bien atado para cuando estallara el escándalo y la canallesca se lanzara como una jauría de lobos sobre la noticia. A él le tocaría bailar con la más fea, pero ya estaba acostumbrado y sabía bien como manejarlos. En cuanto a los trámites legales, con la nota que había escrito aquél desgraciado, el informe del forense y las pruebas que recogiesen sobre la marcha los especialistas, sería suficiente para darle carpetazo al asunto.
Echó un último vistazo a los cadáveres y volvió a reflexionar sobre lo oscuro del alma humana. El amor... Cuanto engaño sobre ese maldito sentimiento. La gente se deja llevar por las fantasías de los novelistas y los cineastas. Pero él sabía que eran un engaño porque el amor tenía un componente de violencia tal, que casi le equiparaban al odio. Lo había visto multitud de veces: Claro que había gente que moría de amor, pero al contrario que en los libros o en la pantalla, lo hacia asesinada por la persona que aseguraba amarle. Como en este caso, como en tantos otros... Y aunque la inmensa mayoría de las historias no acabasen en crímenes, las estadísticas nunca le hacían honores a la cantidad de daño físico y sicológico que la gente ha de padecer en nombre de ese sentimiento. No existe eso que llaman la generosidad al amar, sólo afán de posesión.
O quizás lo que ocurría era que se estaba haciendo viejo, y con los años el cinismo había ganado la batalla y quedaba poco en lo que creer, excepto en la capacidad innata del ser humano para estropear cualquier cosa que pudiese valer la pena.
El subinspector Padrón sacó la petaca que siempre le acompañaba, se echó un buen trago para celebrar lo filosófico que se había levantado esa mañana y salió con aire satisfecho. Ojalá todos los casos fueran tan sencillos: Ahorraban molestias a los investigadores y una buena cantidad de pasta a los contribuyentes.

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