jueves, 26 de junio de 2008

AMOR DE MÁRMOL

Paseo de Las Estatuas en el Parque García Sanabria. S/C de Tenerife
Mi ciudad tiene un hermoso Parque, lleno de árboles y flores de todas clases, fuentes, columpios para los niños, paseos y rincones llenos de calma y sosiego, donde se pueden pasar horas sentado en algún banco en compañía de un buen libro, disfrutar de unos rayos de sol en las tranquilas mañanas del domingo, o en el que las parejas encuentran el escenario ideal para arrullarse de amor y hacer románticos planes de futuro. Un oasis en medio del cemento y la tiranía de los coches.
Pero lo que no sabe la gente es que nuestro parque tiene un secreto. Desconozco si alguien más lo ha descubierto. Yo lo hice un atardecer por casualidad, porque atañe a una zona concreta que siempre fue mi preferida. Uno de los paseos está enmarcado por una serie de figuras de mármol, a la manera de las esculturas de la Grecia clásica. Son cuerpos de mujeres que tal vez representen a deidades casi definitivamente olvidadas por una sociedad a la que le interesan otras cosas que tienen más que ver con practicidades urbanas y que los dioses y héroes inventados por los antiguos no comprenden.
A lo que iba. Esas representaciones de hermosas mujeres no tienen el corazón de mármol, aunque lo parezca. Misterios de la magia mitológica, cuando llega la noche y la oscuridad se apodera del recinto, las figuras cobran lentamente vida, bajan de sus respectivos pedestales y moviéndose como sombras, se alejan buscando un hombre que las desee y las ame durante unas horas, pues es la única manera de poder conservar el lazo de unión que mantiene viva su nocturna naturaleza humana.
El secreto está a salvo, puesto que los hombres nunca recuerdan sus experiencias de esa noche. Pero a ellos también les sirve, puesto que ese fugaz contacto hace que aprendan cómo se ha de amar a una mujer. Lo sé, porque aquél atardecer en que vi cómo bajaban de sus plataformas, me convertí en un privilegiado que aprendió muchas cosas sobre la magia y la mitología.
Desde hacía años tenía por costumbre sentarme en un banco situado frente a la más hermosa de las esculturas, una beldad sonriente que elevaba sus desafiantes y desnudos senos al aire. Me acostumbré a hablarle y alguna vez me asaltaba la impresión de que aquellos ojos azules que destacaban en una faz blanquísima, brillaban de forma especial cuando lo hacía.
Cuando la vi moverse, simplemente no pude reaccionar. Pónganse en mi lugar, seguro que lo entienden. Era como si la estatua fuese yo. Se me acercó sonriente, me habló con una voz dulcísima para agradecerme tantas atenciones que tuve con ella, y que precisamente por eso, con el paso del tiempo había surgido en ella un sentimiento especial que nunca había sentido por ningún otro ser humano. Logré reaccionar. Una vez recuperado de tamaña sorpresa, caí rendido ante su belleza y ternura. Fue una noche donde conocí lo que era sentirse un dios entre los hombres. Y al final, cuando las primeras luces del amanecer alumbraban un nuevo día, hubimos de tomar una decisión. Porque por primera vez se rompieron las normas que habían regulado la vida de las esculturas femeninas del parque: Entre lágrimas de cristal mi amada reconoció que en el transcurso de aquellas horas juntos, su corazón había sido alimentado de forma diferente, y ahora sentía un calor desconocido en el pecho, algo a lo que ya no estaba dispuesta a renunciar. La verdad es que me sucedía lo mismo y era urgente encontrar una manera de no separarnos, una idea que no podíamos soportar. Alrededor se podía percibir que la vida volvía a la normalidad: Se escuchaban los primeros cánticos de los pájaros, mezclados con el sonido de fondo del claxon de los coches.
Mi diosa se dirigía a su pedestal de siempre. Cada paso era un peldaño que los dos ascendíamos en la escalera de la tristeza. Cuando se colocó en su sitio, desesperado, la seguí y quise fundirme en un último y desesperado abrazo. Entonces fue cuando ocurrió el milagro. Sentí una especie de frío en los huesos y el cuerpo fue tomando una progresiva inmovilidad, que la sonrisa enamorada que tenía frente a mi logro suavizar. Los dos entendimos lo que nos sucedía: Gracias al amor que nos profesábamos, entré a formar parte del círculo milagroso que las rodeaba a ellas. Alguien con un poder suficiente (en el Olimpo, el Cielo o el taller de un escultor) se apiadó de nuestro sufrimiento y decidió que valía la pena convertirlo en felicidad eterna.
Los usuarios del parque ni siquiera notaron la diferencia. Aquél pedestal en concreto ha dejado de ocuparlo una figura solitaria. En su lugar hay una pareja que se mira con tal intensidad y realismo, que con el tiempo se convirtió para los habitantes de la ciudad en símbolo del amor. Innumerables parejas han confirmado el suyo a nuestros pies. Si ellos supieran lo que nos emociona... También nos llena de orgullo y sirve a su vez de alimento para que cuando llega la noche podamos retomar nuestra apariencia humana y existir juntos, lo que para nosotros significa compartir un prodigio que desconocemos cuanto durará. Pero qué importan esas dudas tan insignificantes ¿Acaso puede haber mejor definición de lo que es la felicidad que lo ocurrido? Les aseguro que yo no la conozco.

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