sábado, 17 de mayo de 2008

LUMINARIAS


No veo a nadie entre la multitud.
Las gaviotas se despliegan sobre el mar,
pero nada que no sea soledad interesa.
Las aguas se mueven inquietas
y están más cerca de mi estado de ánimo
que cualquier otro ser inhumano
en miles de millas a la redonda.
El aire está cargado de aislamiento,
pesada es la luz que me hace compañía.
Aunque no crea en los milagros,
-son una cifra en la maquinaria apostólica-
a veces me detengo a pensar
en el prodigio de resucitar cada mañana.
En silencio, hablo conmigo mismo;
intento sonreír aunque ya no tenga labios.
Necesito un cuerpo que aporte algo de calor,
porque el mío está frío como una maldición.
Algún ladrón me robó las esperanzas,
aunque reconforten los niños que aún juegan
en las arenas del mundo conocido.
Seguiré bebiendo aunque el cáliz esté vacío,
luego me lo clavaré con fuerza en el corazón
imaginando que es la figura de una mujer,
porque ellas abarcan el tiempo y la brisa.
Así hasta que en el otoño de la vida,
un anciano respire los restos de mi existencia.

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