lunes, 19 de mayo de 2008

LA HORA DEL ADIÓS


La Mañana
Los primeros rayos de sol comenzaban a calentar la mañana. Se sentaron muy juntos en la arena y permitieron a las olas que les acariciasen los pies mientras contemplaban en silencio el horizonte. Sólo una bandada de ruidosas gaviotas que revoloteaban buscando comida rompía la tranquilidad del momento.

El romanticismo
Vistos a distancia, parecían formar parte de una escena llena de romanticismo. Ella sonreía con la cabeza apoyada en el hombro masculino, y él parecía sumido en profundos pensamientos, que no le impedían acariciarla con ternura. En realidad sabían que no les quedaba mucho tiempo, intentaban alargar de cualquier manera el desenlace de su historia juntos, aunque siempre supieron que sería inevitable.

La tristeza
En un determinado momento se miraron y acabaron por fundirse en un largo abrazo. Una lágrima pugnaba por salir a la luz. No llegó nunca a su cita con los de él, porque se supone que los hombres no lloran. Tampoco se asomó a los de ella, porque dicen que no sabía llorar. Definitivamente era una escena triste, inmensamente desconsoladora.
Los suspiros
Se levantó una ligera brisa que llegaba desde el mar, como una llamada que diera a entender que no podían haber más retrasos. Las gaviotas desistieron en su algarabía Ella dejó escapar un suspiro cargado de dolor. Él cerró los puños con tanta fuerza que sus dedos crujieron.

El canto
Ella acercó por última vez su rostro para musitarle unas palabras al oído. El hombre, con un rictus de desesperación, le pidió una última canción. Fue la misma maravillosa melodía que entonaba cuando se conocieron en aquella misma playa donde estaban ahora. Principio y final. Origen y desenlace. Alegría y abatimiento: Las dos caras de la misma moneda de un amor que se tornó imposible.

El adiós
La canción se convirtió en la despedida definitiva. No hubo últimas palabras. Ni un hasta pronto, antes de que ella echara a correr hacia el agua y se sumergió sin mirar atrás. Ni siquiera hubo lágrimas. Las de él, porque los hombres se supone que no lloran. Las de ella, porque dicen que las sirenas no saben llorar.

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