viernes, 23 de mayo de 2008

COTIDIANEIDAD


Desde que los hijos se nos fueron, nos hemos instalado en una rutina deprimente, cada vez más lejos el uno de la otra aunque sigamos compartiendo el mismo techo: Cuando llego a casa la mayoría de las veces ya te has acostado, harta de esperar y haber recalentado la cena. Suelo meterme en la cama en silencio, haciendo como que no me doy cuenta que simulas estar dormida, seguramente porque tú tampoco sabes qué decirme. Por la mañana te levantas temprano y siento tu mirada desconcertada mientras te doy la espalda con los ojos cerrados. A menudo no cojo el móvil cuando veo tu nombre en la llamada, y sospecho que haces lo mismo cuando soy yo el que llamo. Hace tanto tiempo ya que no salimos a dar una vuelta juntos... Normalmente prefieres ir de compras con alguna amiga y yo opto por quedarme en el bar, tomando algo con los parroquianos de siempre. Te gusta pasear en días soleados, yo prefiero el frío tras el cristal de la ventana. En vacaciones prefieres el mar, y a mí siempre me gustó más el campo. Te apetece salir a cenar cuando he tenido un día agotador y sólo quiero tumbarme a descansar. Si nos sentamos frente al televisor, a mi no me gusta la película y a ti no te gusta el partido. Cuando nos acostamos al mismo tiempo, te quedas leyendo en la cama, mientras yo me duermo escuchando la radio....
Y al día siguiente te volverás a levantar temprano y si me ves despierto me darás un beso antes de irte:

-Adiós cariño, hasta la noche- me dirás con una cierta desgana.

Probablemente te contestaré con un hasta luego. Y hasta puede que me atreva a decirte que te echaré menos. Debe ser la fuerza de la costumbre.

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