sábado, 5 de abril de 2008

LA FIGURA DE 'EL CORREDERA'


Alguien puso hace unos días en las manos de este cronista el nuevo disco del grupo de música popular canaria “Los Sabandeños”. Andaba escuchando plácidamente los temas que contiene, cuando sonó inesperadamente una canción que le arrastró después de mucho tiempo hasta una figura mítica de los años de la niñez y la adolescencia. Se trata de Juan García Suárez “El Corredera”. Un canario sencillo, de orígenes modestos, al que la fuerza de los hechos, la mala suerte y las adversas circunstancias de la época en que le tocó vivir, lo acabaron convirtiendo en leyenda.
Sorprende como llegan a veces a desconcertarnos los mecanismos de la memoria. De golpe y porrazo los recuerdos te llevan hasta un grupo de niños en los descampados de un barrio obrero del extrarradio de la capital. Alguien pronuncia las palabras mágicas: ‘Juguemos al Corredera’, y todos quieren ser el héroe al que en su imaginación dotan de una valentía sin igual, el que nunca podrá ser derrotado por las fuerzas de la traición y la maldad...
La realidad fue bien distinta, aunque no menos extraordinaria. Y la mente sigue su viaje hacia mucho más atrás en el tiempo, hasta los días en que el golpe militar de 1936 sorprende a nuestro aún casi desconocido protagonista en su ciudad natal de Telde, en la isla de Gran Canaria. En aquellas fechas cruciales donde se decidió la suerte de un país que quiso salir de un atraso de siglos, Juan García decide no incorporarse a filas para hacer el servicio militar obligatorio y apoyar la oposición popular encabezada por los comunistas a la asonada militar. Pero esta se impone con suma facilidad en unas islas donde ni siquiera hubo enfrentamiento armado, como en el resto del país. No se daban las condiciones necesarias con el escaso armamento de que se disponía. En pocos días, los facciosos controlan la situación y Juan se ve obligado a refugiarse junto a muchos otros en los montes cercanos, buscando un refugio salvador a la ferocidad de la represión. Pasado un tiempo logra trasladarse bajo una identidad falsa a la capital, Las Palmas. Allí se coloca en una empresa de conservas de pescado del puerto, donde trabaja durante diez años, logrando sortear los controles policiales. Pero la represión fascista no descansa, y debido a unas investigaciones en el entorno de la plantilla, sospecha que pueden ir a por él. Consigue hacerse con una pistola “Astra” y munición, tomando la decisión de no entregarse fácilmente, toda vez que se sabe lo que les ocurre a los que son apresados: Cientos de canarios desaparecen en el mar, en las simas volcánicas sin dejar rastro, o son fusilados en la tapia de algún cementerio .
Cada cierto tiempo se arriesga a visitar su hogar natal, donde se encuentran su madre, mujer e hija, a la que casi no ha podido ver crecer. Piensa que después de tantos años ya nadie se acordará de él, pero en uno de esos acercamientos se entera de la serie de vejaciones y continuos malos tratos que ha sufrido su familia a manos de un falangista obsesionado con su caso y que ha medrado hasta acceder al cargo de Jefe de la Policía Municipal de Telde. Cada noche les visita para obligarles a confesar el lugar donde se esconde Juan: les golpea, les arroja la comida a la basura en una época en que era tan escasa y se pasaba hambre, y se despide siempre golpeándoles con la culata del fusil en los pies. Cuando las sesiones de tortura finalizaban, eran los vecinos los que se acercaban para compartir con las aterrorizadas mujeres las escasas sobras del día... Juan se indigna, decide ir en busca de aquella mala bestia y se produce un enfrentamiento donde el maltratador muere. El Corredera se ve obligado a huir de nuevo, esta vez perseguido de cerca por la guardia civil. Se intercambian disparos, y en uno de ellos cae abatido un miembro de la benemérita. Mala suerte para nuestro protagonista, que se ve obligado definitivamente a desaparecer.
Pasa el tiempo. Los vecinos piensan que ha huido a Venezuela, como tantos otros canarios en los años de la emigración clandestina. Pero “El Corredera” vive oculto por las grutas y barrancos de la isla, obteniendo el sustento gracias al apoyo popular que suscitaba su figura, que le dejaba alimentos en sitios que luego él recorría amparado en la oscuridad de la noche. Los intentos de apresarle se saldan repetidamente en fracaso hasta que en Mayo de 1958, veintidós años después de su primera huida, es apresado por la guardia civil. El proceso judicial se salda por la vía rápida, y es condenado a muerte en garrote vil. La oposición popular a que se ejecute la sentencia reúne miles de firmas, interviniendo activamente el mismo obispo de la Diócesis, el Dr. Pildaín, que logra poner de su parte incluso a varios ministros. Todo fue en vano. El dictador no podía permitirse ningún signo de piedad, y menos con un rebelde que tantos quebraderos de cabeza había causado.
La sentencia se cumple en la madrugada del 19 de octubre de 1959 en la Prisión Provincial de Las Palmas. La dignidad y el valor con que se enfrentó a ese momento, preocupándose incluso por tranquilizar los nervios del verdugo venido desde Sevilla, acabaron por encumbrarlo a la categoría de héroe y mito para los canarios de las clases más populares.
A este sentimiento le puso letra el poeta Pedro Lezcano al escribir su “Romance del Corredera”, que también sirvió de base para el disco editado en los años 80 por el grupo Mestisay, una hermosa Cantata que se ocupa de esta triste historia, en la que al final uno nunca sabe donde está la realidad y por dónde asoma la leyenda. En este estremecedor fragmento se describe el momento de la ejecución:


EL ASESINATO
¡Garrote, garrote vil,
el nombre ya no te sienta;
garrote, más noble eres
que la ley que te manejas¡
Sanchez, verdugo de oficio,
con tantas mujeres a cuestas,
ha visto tan alto a Juan
desde su talla pequeña,
que eleva el garrote vil
un palmo más de la cuenta.
Cuando cae en el error
palidece y titubea;
¿habrá que montar de nuevo
la maquinaria siniestra?
Todo el mundo tiene prisa:
que aquella infame tarea
de ahogar a un hombre valiente
les hace sentirse hienas...
De pronto la voz de Juan,
tranquila, hasta dulce, suena:
'No bajen el matadero,
que no merece la pena.
Pongan dos mantas dobladas
en mi banco de madera;
y así alcanzaré la muerte,
que ella donde está me espera'
Lo hacen temblando;
dos guardias vomitan
en las tinieblas;
otro llora; al director
no le sostienen las piernas...
'Creo en Diós el creador
de los cielos y de la tierra...'
(Mientras Juan García muere,
Sanchez, el verdugo reza)


Como no indignarse, cuando pasados tantos años aún hay lugares en la isla donde vivo y que tanto amo, que rinden homenaje en sus plazas y calles a los nombres de los causantes de tragedias como esta. Una más que añadir a una lista de cientos de compatriotas que sufrieron persecución, exilio y muerte por un ideal de libertad. Hasta que se corrija tamaña injusticia, los cuerpos de Juan García Suárez, “El Corredera”, y de ese colectivo de hombres y mujeres valientes que lucharon, padecieron y murieron por la democracia no podrán descansar en paz: Estamos obligados como mínimo a reconocerles su sacrificio, y a saber agradecerlo como se merecen.
Max Aub, en su obra Campo de Almendros (1968) hace una maravillosa descripción de esta generación admirable:
"Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados... Son sin embargo, no lo olvides hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España: los únicos que de verdad se han alzado, sin nada contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero...Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso, pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides".
Les aseguro que este cronista lo recordará siempre.

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