jueves, 3 de abril de 2008

APUESTA PERDIDA


Aposté sin tener un duro. Lo perdí todo. Todo lo que nunca tuve. Una locura que desembocó en una deuda de 18.000 euros. Más los intereses por los tres días de plazo para saldarla, dijeron. Como si hubiesen sido tres años, daba lo mismo. El caso es que hoy se han cumplido. Tengo la boca seca y el sudor me empapa el cuerpo. Me buscan. Lo sé. Los han visto por la zona. No tengo escapatoria. La gente me mira como si supieran que ya soy un cadáver. Habrán presionado para dar con el escondite y nadie se jugará el pellejo por un caso perdido como yo. Oigo pasos. Ahí están. Intento sonreírles y sólo consigo una mueca de puro terror. Me preguntan. Amenazan. Me reduzco a la mínima expresión. Casi ni respiro. Llega el primer golpe. Grito de dolor y miedo. Se forma un charco a mis pies. No es agua. Indiferentes a todo, sonríen con crueldad . Me dicen que no es una cuestión personal, que les caigo bien, pero han de hacer su trabajo. Y que cobrarán de todas maneras. Me señalan mientras cuchichean algo que no entiendo. Les digo que no tengo nada, que me es imposible pagar. El que parece el jefe sigue señalando con su dedo: Los ojos, el corazón, los riñones, el hígado... Entonces comprendo: Lo cobrarán en especie. Definitivamente, ahora si que puedo asegurar que estoy muerto. Que ironía: Siempre quise ser donante de órganos.

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