jueves, 7 de febrero de 2008

PLEGARIA


Venerable, Noble Drago:
Me asombra la dignidad
que ramificas en tu porte
y la belleza que apilan
las arrugas que te surcan.
Bajo tus frondas se erigió
un símbolo que atesora
la historia de esta tierra:
eres un puente que acerca
la naturaleza del pasado
a los fundamentos del hoy.
En las arrugas de tu talle
y en las hojas de aliento
que elevas a la brisa isleña
para que las acaricie el alisio,
están el corazón y las raíces
de unas islas que amamos
con igual devoción y ternura.

Honorable, Viejo Drago:
Tú que conoces el sol
y lo abrazas en tus ramas
con la sabiduría de un alma
varias veces centenaria;
dime dónde fue mi niñez,
el lugar donde yacen
las caricias de mi madre
el amor de mi abuelo,
y la convicción de este pueblo.
Háblame sobre la vejez,
si tu sangre seguirá circulando
por las venas de nuestros nietos
y en sus ojos del futuro
seguirá brillando con orgullo
el color de tu corteza.
Nota:
"Es cuestión de dignidad; no se puede ser cómplice del poder inhumano ni se puede callar. Hay que estar con el dolor real, el que muerde la carne: el sufrimiento del hombre humillado y el niño hambriento. Hay que avanzar por la senda del drago: llevar toda hierba a hacerse árbol, a crear flor y fruto, belleza y dignidad."
Así resume José Luis Sampedro en su libro "La senda del Drago", lo que este árbol simboliza a mis ojos: El Drago (Dracaena Draco) es un árbol originario de la Macaronesia (región natural que abarca además de Canarias, los archipiélagos de Azores, Madeira y Cabo Verde) y tiene connotaciones míticas para nosotros. Su longevidad y belleza, el extraño porte y el hecho de que la savia sea de color rojo, han contribuido a que la tradición le otorgue poderes casi sobrenaturales.

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