miércoles, 16 de enero de 2008

GEOGRAFÍA DE UNA ESPERANZA


A veces, retazos de aquél tiempo
le hacen una visita a mi memoria.
Regresa por un instante el sabor
de una época en que florecíamos,
aún con la ceguera que da la juventud,
rumbo a un destino inconcreto,
guiados por un puñado de estrellas
que alumbraban en nuestro interior.
Respirábamos aires de cambios
y aprendimos el sabor de la libertad,
mientras daba una calada al Coronas
y el halo de una farola esperaba
a que nos diéramos un beso.

Ahora que nos falta ese calor
y somos nuestros propios arquitectos,
me pregunto cuántas traiciones
se han cometido en nombre de la madurez.
Hace frío fuera de la estancia de lo que fue
y los recuerdos yacen guardados
en el baúl de lo que pudo haber sido.
Tener ha pasado a ser la prioridad,
la preocupación de una generación
que empezó conjugando el verbo ser
con las mayúsculas de la esperanza
en construir tiempos nuevos.
Añoro la maravillosa ingenuidad
de aquellos años en que nos imbuíamos
del anhelo de la camaradería y los afectos...

Luego se impregnó también
la huella que supuso la complicidad
de construir juntos un refugio para la vida.
El descubrimiento de la mudanza de la edad,
llegar a casa y notar tu olor,
la niebla que nos envolvía al acostarnos,
el calor de tus mejillas...
y de pronto nos despedimos:
nos fuimos ambos,envueltos
en un cierto hálito de tristeza,
sin saber muy bien cual era el camino.
Creímos en un viaje eterno,
sin plantearnos siquiera que el tiempo
es un simple castillo de naipes.

Ahora tenemos la realidad del mundo,
muchas prisas y pocos lugares comunes.
Brillan el dinero, el poder, el ser reconocido,
no importa demasiado el cómo y el por qué.
Veo hombres y mujeres con ojos cansados,
sin fijar la mirada más allá de la rutina,
compitiendo por ganar la batalla del sinsentido.
Quizás es que sus preguntas se han ajado,
han adquirido un todo sepia, como las mías.
No soy tan estúpido como para creerme
que puedo ser tan diferente.

Pero procuro mantener vivos los rescoldos,
reavivar las ilusiones del pasado,
que no presenten la rigidez y el frío de la muerte.
Quiero creer que aún existen oportunidades
para izar con limpieza en la mirada
las banderas de lo que queda por llegar.
Merece la pena arriesgarse a tener sueños,
y que la agenda esté repleta de flores
al mirar el reloj cada día, a las siete de la mañana.

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