miércoles, 21 de noviembre de 2007

A MI BARRIO



Mi barrio tenía el brillo
de un día de sol en agosto,
acampando a sus anchas
por las esquinas y aceras.
Las calles eran
la prolongación del hogar,
la extensión de la familia,
y en sus alrededores
siempre hallamos promesas
de aventuras en libertad.
Lo habitábamos casi
con un montaraz orgullo
de ser lo que éramos:
Él definía la condición
de nuestros rostros altivos,
pródigos en un vínculo labrado
a golpe de lejanía y aislamiento.
Nos proporcionó identidad,
camaradería y confianza,
mientras fructificaban felices
la niñez y la adolescencia.
Fue caldo de rebeldías,
nos regaló amistad, amor
y un sin fin de recuerdos
que afloran al recorrer de nuevo
sus callejuelas ya tan cambiadas,
como un código genético
grabado con amor para siempre.
Los azares del destino
acabó llevándonos
por derroteros diferentes,
algunos incluso se han dejado
la piel en el camino...
Pero al recorrer cada rincón
pareciera que aflorase
la energía vital que nos hizo adultos,
pues el verdadero paraíso
es el tesoro que almacenamos
en los baúles de la memoria.


Santa María del Mar.
A los que aún allí siguen...,
a los que ya no están.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que añoranza...
Era nuestro mundo, los amigos, el paisaje, cada piedra, las risas y llantos, los juegos...
Que suerte tuvimos de haber vivido esa etapa en un lugar aislado, alejado de la ciudad.

Besos de aquella chica del bloque 17 que aún sigue queriendo al "gorrión" del 16.