jueves, 8 de noviembre de 2007

IRONÍAS DEL DESTINO


Aún recuerda la magia que obraba
con su sola presencia,
pues su ternura era un alegato
contra el perverso egoísmo
que ella siempre practicaba
con la excusa de sentirse
una mujer independiente y libre.
Era el pretexto infalible
para acusarle de egoísmo,
mientras se adjudicaba a si misma
el derecho de hacer
lo que le viniera en gana.
Ahora que se había ido,
harto de desplantes y arrogancias,
desearía que volviese la ilusión
reencarnada en su mirada,
pero ya sólo le queda una realidad
de soledades desnudas de sueños
en noches frías y distantes,
cuando se siente que es imposible
alcanzar la utopía a la que se renuncia
de una manera tan miserable.

Que puede ofrecerle a estas alturas,
que no sea la amargura
de un lamento cayendo al vacío
y un invierno modelando el tormento
del sentimiento de culpa,
por usar las palabras como dagas
para acuchillar sentimientos.
Querría decirle que añora
la sonrisa en sus labios
y entregarle con delicadeza
los aires de independencia
que siempre puso por delante
cuando él se encontraba a su lado.
Cómo no iba a darle la razón,
si ha descubierto que le ama
desde el origen de los tiempos.
Pero lo ha vuelto a ver por la calle
y comprendió que era tarde
cualquier movimiento por su parte:
Allí estaba, sonriendo,
cogido de la mano de aquella extraña,
mirándola con devoción a los ojos,
a ciencia cierta encontrando en ellos
lo que por pura vanidad le había negado.
En verdad pueden ser muy crueles
las ironías que el destino nos depara.

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