viernes, 23 de noviembre de 2007

EL NADADOR


El agua fluye suavemente
por la piel del nadador,
le acaricia generosa el cuerpo,
y en armónico compás,
se abren surcos en las olas
mientras prosigue su avance.

La brisa crea diminutos rizos
en la superficie del agua,
mientras el hombre se desliza
paralelo a la costa,
sereno e imperturbable,
con su ritmo azul turquesa,
sintiendo en carne propia
la libertad de peces y gaviotas.

Bracea con firmeza,
en lucha con las corrientes,
a la hora ancha en que el agua
se abandona a su fuerza elástica,
y los músculos líquidos
ondean productivas pautas,
de deportista estimulado
por la extensión nítida del mar.

Y ya de regreso a la orilla,
traerá en su boca y epidermis
un humedecido recuerdo
de cálido útero materno,
impregnado de sal y regocijo,
e indefinidamente marino.

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