martes, 2 de octubre de 2007

ESTIRPE ISLEÑA


Ojos cerrados. Sol en la cara.
Dorado lecho donde dichoso,
se fue forjando mi espíritu.
El sol y el mar conjuraron
una luminosa singularidad
sobre la niñez de mi alma.
Luego la isla se apoderó
del corazón adolescente,
hasta llegar a los extremos
de hacerle sentir agua y sal.
El mar ha impreso su huella
en el aliento y los sentires.
Me siento carne de mar,
libre como pez en océano,
dichoso de ser heredero
de la lava que nos ha forjado
en los yunques de la historia.

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