miércoles, 12 de septiembre de 2007

ESCÁNDALOS Y DESVERGÜENZAS


A los que van por la vida utilizando el sarcasmo como arma se lo ponemos muy sencillo con casos como este. Pero primero habrá que poner en antecedentes de lo sucedido para que lo entiendan: Cada año, en el mes de septiembre, se celebran las fiestas en la ciudad de La Laguna, la segunda en importancia de Tenerife y sede universitaria. Dentro del programa de festejos, el grupo Los Sabandeños organiza desde hace 30 años un festival de música popular, en el que además de participar los mejores grupos y cantautores de las islas, la tradición ha impuesto que haya un representante de otra comunidad autónoma y otro de algún país del otro lado del Atlántico. Por el festival ha pasado lo mejorcito de la música popular latinoamericana, lo que lo ha convertido en un referente en este tipo de eventos. Este año, y debido a lo especial del aniversario, el país representado iba a ser Venezuela, por los especiales lazos que unen a Canarias con el país hermano. El grupo invitado era Ensamble Gurrufio, un formidable grupo que se ha convertido en el espejo donde se mira la música tradicional venezolana.

Hasta aquí, todo iba bien. El problema surgió en el aeropuerto, con la llegada de los miembros del grupo. No pudieron pasar el control de pasaportes y fueron deportados fulminantemente, enviándolos de vuelta en el mismo avión que los trajo. La razón que argumentó el probo funcionario que les atendió era que no disponían de contrato de trabajo, ante el asombro de los propios organizadores del festival que habían ido a recogerlos. Todo fue tan rápido, que cuando el propio Delegado del Gobierno se quiso interesar por el caso a requerimiento de las autoridades laguneras, el avión ya estaba en el aire con Ensamble Gurrufio dentro.

Y ahora viene lo que antes comentaba del sarcasmo. Porque muchos de los que se están rajando las vestiduras por el escándalo que se ha montado y la indignación que se respira en Venezuela por lo sucedido, participan usualmente en la campaña que critica la excesiva permisividad con la llegada de foráneos a través del medio aéreo y que exije más control en los aeropuertos, “convertidos en un coladero por donde entra todo el mundo”. Esas voces venidas desde tantos estamentos, incluyendo en primera a fila al mismo Gobierno de Canarias, han traído ahora estos lodos. Y lo más indigna es que parece que hablan del caso como un hecho aislado, cuando es una historia que se repite constantemente y que ha convertido a todo el que tiene acento sudamericano en sospechoso nada más pisar un aeropuerto isleño. Las humillaciones ya empiezan en los consulados españoles en los países de origen. Pero aunque se haya pasado ese primer filtro, no es la primera vez que se denuncia en la prensa latinoamericana el trato que recibe su gente al llegar aquí, aunque sea con la intención de pasar unos días de descanso. En todos los casos probablemente se haga aplicación estricta de la Ley, pero las justificaciones argumentadas se caen por su propio peso. Ya se sabe lo que pasa: Esas cuestiones de hermandad vienen bien cuando interesa al hermano rico. Para lo demás, apretamos las tuercas y miramos hacia otro lado. Una doble moral que criticamos en los demás, pero que practicamos sin problemas a diario. Todos. Aquí no se salva nadie. No hay más que escuchar alguna conversación en la calle referida al problema de la inmigración y la opinión que vierte cualquier persona sobre lo que ocurre en los pasillos de llegada de los aeropuertos.
No nos interesa la ignominia que sufren esos ciudadanos cuando pisan nuestro suelo. Hemos encerrado junto a los trastos inservibles la honestidad. Cuando la rescatemos, quizás los componentes de Ensamble Gurrufio puedan entrar sin problemas en Canarias, pero también los argentinos que vienen a ver al familiar instalado en Tenerife, la abuela senegalesa que aún no conoce a su nieto, el niño ecuatoriano que casi ni recuerda a la madre que tuvo que salir de su país para darle de comer, o lo más sangrante de todo: el abuelo que huyó de Canarias siendo un adolescente y que a punto de morir, no ha podido volver a ver sus islas por ni siquiera poder demostrar que es canario de origen al no disponer de la documentación necesaria. Esa es nuestra solidaridad. La que hemos decidido tener. La misma que nos moviliza para algún caso en concreto de ayuda, pero que esconde debajo de la alfombra la defensa sin tapujos del proteccionismo a ultranza de nuestros productos, impidiendo a otros poder exportar sus cosechas. Esos que condenamos a dejarse la vida por un mísero salario que nosotros gastamos de sobra sólo con una visita a unos grandes almacenes. Esos a los que no queremos ver llegar a nuestras costas. Para todos ellos hemos inventado leyes que hablan de normas y papeles, pero que son la plasmación de los prejuicios y la infamia en que vivimos. El sarcasmo es lo mínimo que podemos emplear para hablar de ello sin que se nos caiga la cara de vergüenza
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