viernes, 14 de septiembre de 2007

COBARDÍAS


Lo conoce bien, sabe de sus pequeñas rutinas cuando el deseo se despierta, pero sólo puede contrarrestarlo con silencios. Está tumbada boca arriba, la mirada perdida en el cielo medio a oscuras de la habitación. Siente su mano rozándole el pecho desnudo... Intenta desesperadamente que él no note la nula reacción que le produce, que su cuerpo es lo más parecido a la fría indiferencia de un maniquí hecho de carne.
Las caricias siguen y se apoderan de sus labios. Siente el beso mientras mira el leve resplandor de la lámpara sobre la mesilla de noche, como si la viera por primera vez, como si fuera la única espectadora de aquella parodia de amor... Cuando él se coloca encima decide cerrar los ojos, porque pueden delatarla y nunca ha sido su intención cambiar la antigua pasión por crueldad.
Unas gotas de humedad le resbalan por el cuello cuando él inicia su danza. Desde las sombras del cuarto surgen sonidos que le parecen tan tristes como ellos mismos. Pero no están solos. En el espejo del armario aparece otra mujer tumbada en una cama parecida, también con un hombre tendido sobre ella. Las dos mujeres se miran, reconocen su parecido, pero saben que en realidad son muy distintas: La del espejo sonríe mientras en su cuerpo se dibujan sensaciones placenteras y leves jadeos circulan por el aire...
Pero aquí, en su realidad, las sonrisas se trastocan en muecas. Sólo desea que todo acabe pronto y que cese el serpenteo de las sombras proyectadas en la pared. Que él retorne a su lado de la cama, apague la luz y todo desaparezca. Luego llegará la vergüenza por no ser capaz de afrontar la verdad y alguna lágrima, siempre callada, siempre furtiva mientras se gira de cara a la pared...

Es entonces cuando él piensa en las pieles insensibles. Y en los manantiales agotados por la sequía. Tiene la esperanza de que la luz apagada amortigüe la frustración que le embarga. Ruega a los dioses escuchar pronto la respiración acompasada a su lado que indicará que ella se ha dormido, aunque sabe que aún tardará bastante en producirse. No sabe qué hacer con aquella amarga sensación de fracaso y sus dedos cansados le pesan como piedras. Porque sabe de sobra que la distancia que separa dos cuerpos puede medirse en kilómetros, pero también en silencios, en mentiras y en derrotas. Por la mañana se darán los buenos días como si todo fuese normal y continuarán igual que siempre, con la rutina diaria, como si nada ocurriese, temerosos de afrontar la verdad y sumergidos en un océano cada vez más profundo de silencios, mientras viven una vida de cobardías y apariencias.

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