martes, 7 de agosto de 2007

LIBERTAD


Cobró su auténtica importancia
hace ya muchos años,
en el ardor de las luchas
que marcaron la adolescencia,
hasta hacerme comprender
su verdadero significado.
Aprendí a amar esa palabra
mientras avanzaba en lo profundo
del compromiso social:
el viejo tirano agonizaba,
un aliento de esperanza
recorría las calles oscuras
y matices rojos ondeaban
sobre el horizonte que despuntaba.
Los ideales se fueron modelando
en la realidad del día a día,
en ejemplos que expresaban
la necesidad de la lucha
porque el infierno existe
y está aquí, entre nosotros:
en la miseria, la explotación
y la falta de derechos que padecen
millones de seres humanos.
Se tambalearon en Latinoamérica,
se convirtieron en lágrimas
por la agonizante África
y las discrepancias se hicieron
para siempre irreconciliables
con las revoluciones que un día
habían sido la luz que ilusionaba.
Pero siguieron echando raíces,
con la imperturbable convicción
del derecho que tienen los pueblos
a encontrar caminos de igualdad
y levantar la mirada esperanzados
con la perspectiva de ser libres.
Ahora, en que numerosos valores
parecen haber sido devaluados,
sigue haciéndose presente
la emoción de aquellos tiempos
en un vocablo que aún conserva
todo su hermoso simbolismo.
Solidaridad, justicia y firmeza
se entremezclan todavía
cuando mis labios la pronuncian
en homenaje a los que cayeron,
en el derecho de todos a disfrutarla.

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