sábado, 4 de agosto de 2007

LÁGRIMAS NEGRAS


Sabíamos
de la alegría verde
que brotaba en los montes,
de la humedad del alisio
y su bondad infinita,
del sol resplandeciendo entre los pinos,
estallando en colores de vida
mil veces gozados.
Sabíamos
de la lluvia horizontal
cayendo paciente y sempiterna
sobre un hermoso tejido forestal,
una corona de frescura
que envolvía nuestros montes,
atravesando barrancos,
escalando laderas,
atrapando sutiles aromas,
que florecían cada día jubilosos
derrotando el poder de la noche,
tal como depone la desdicha
su arma entre las arboledas.
Sabíamos
que alegres luciérnagas
subían a encender las estrellas
y el canto del pinzón,
unido a la febril actividad
de millones de insectos,
ponían la banda sonora
al arco iris vespertino.
Ahora sabemos
que eso era antes de que el fuego
se enseñoreara con todo,
tiñendo de oscuro los troncos,
desesperando el aire,
ahogando en la amargura
cualquier atisbo de vida.
Sabemos también
que si se lo propone,
un miserable puede conseguir
ponernos un nudo en la garganta
y llenar de humo y pena nuestro cielo.
Que alegres éramos antes
de que nos arrancasen de raíz
la placidez del verano
y nos dejasen sangrando
lágrimas negras por los poros.


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