viernes, 15 de junio de 2007

TREINTA AÑOS Y UNA NOSTALGIA

Treinta años desde las primeras elecciones democráticas en España... Es en conmemoraciones como estas, donde la propia dinámica de la celebración nos arrastra a echar la vista a atrás, cuando nos damos realmente cuenta de lo rápido que se nos pasa la vida. De aquél 1977 recuerdo a un muchacho de veinte años, estudiante de magisterio, vecino de un barrio obrero en las afueras de la capital y sensibilizado políticamente al descubrir que el mundo y la vida no eran precisamente como le habían contado y que se podían hacer cosas para mejorarlo. Un joven que no pudo votar aquél mes de junio porque la mayoría de edad estaba en los veintiuno. A pesar de ellos no se sentía frustrado al entender que su contribución al cambio podría llegar desde otros ámbitos. A ello se afanaba con la conciencia limpia de dudas, con una fe ciega en un futuro mejor, con el impulso vital tan generoso que sólo puede tener la juventud. Ahora; palabras como libertad, esperanza, compromiso, democracia, radicalismo y poder popular nos parecen devaluadas, pero en esos años tenían una resonancia legendaria. Los que se han dejado vencer por el sarcasmo y algunos traidores que reconvirtieron su radicalismo para ponerlo al servicio del poder y el dinero, avisan de que hay que tener cuidado con la melancolía al mirar atrás, porque puede jugarnos malas pasadas en el sentido de no permitirnos hacer un análisis ajustado a lo ocurrido. Incluso se atreven a intentar cambiar descaradamente los hechos. No les hagan caso. Probablemente muchos no tendríamos una idea clara de lo que se pretendía para el futuro, pero si de que no se iba a permitir que el pasado en forma de dictadura siguiera rigiendo nuestros destinos. Lo demás vino como consecuencia, por la generosidad de los que supieron entender que buscar acuerdos que favorecieran a la mayoría estaba por encima de los intereses individuales o partidistas, y con el empuje que significó el apoyo de obreros, estudiantes, personas de toda condición que se arrojaron a la calle esperanzadas. Las generaciones de españoles que se encontraron en aquellas fechas, se conjuntaron para cambiar la historia de un país en el que los derechos de sus ciudadanos siempre habían sido cercenados.
Tengamos cuidado en cómo le narramos lo sucedido a los que no lo vivieron. En los reportajes televisivos nos presentarán a los líderes de aquellos momentos (a los que no hay que quitar méritos: se ganaron esa denominación, a diferencia de los políticos de ahora). Pero es de justicia reconocer también que sin la implicación de tanta gente anónima, que se esforzó por batallar contra el miedo que paralizaba las conciencias y salió a la calle, se comprometió y abrió el camino para los demás; la cosa probablemente hubiera sido muy distinta.
En ese verano, aquél muchacho había participado ya en múltiples batallas estudiantiles en la universidad, había contribuido a crear una Asociación Juvenil en su barrio que dinamizó un entorno que era un erial sociocultural. Y colaboraba en la creación de la Asociación de Vecinos, que acababan de ser autorizadas por ley formando parte de la gestora que realizó los trámites y de la primera Junta Directiva. Para celebrar el cambio, se removió cielo y tierra a fin de conseguir lo fondos necesarios porque se preparaba lo que iba a convertirse en un hito de la pequeña historia de la zona: Las primeras fiestas que se hubieran celebrado en muchos años y que aún hoy son recordadas por los que las disfrutaron. En la primera quincena de septiembre un sinfín de actos de todo tipo se organizaron día tras día: Conciertos de folclore, canción de autor y rock... Pero también hubo bailes, charlas, conferencias, exposiciones, una campaña de limpieza y ajardinado ejemplares por parte de los propios vecinos... y sobre todo, sana diversión, colorido y mucha música sonando por altavoces colocados en lugares estratégicos. Aún se recuerdan las discusiones por convertirse en improvisados pinchadiscos (una palabra condenada al olvido, por cierto) para amenizar aquellas calurosas tardes de un maravilloso septiembre en las que se sentía nacer un sentimiento de orgullo vecinal, una alegría nueva por pertenecer a un colectivo que trabajaba junto por mejorar el entorno de lo que era su vida. En la banda sonora de los recuerdos de tantas sensaciones brilla con luz propia el que acabaría por convertirse en un disco para la historia: Hotel California, de los Eagles.
Y les aseguro que hubo gente a la que aquellas fiestas le marcaron para siempre. Brotaron nuevas amistades y Cupido anduvo rondando, haciendo de las suyas, uniendo corazones y alterando pulsos. Hasta tal punto, que algunos tienen mucho más que celebrar en este 2007, treinta años después. Porque en ese lejano verano de 1977, no sólo se disfrutaba aquella sensación de libertad única, de estar construyendo algo nuevo y mejor, a pesar de los peligros que acechaban en la sombra. Un ejemplo fue aquél muchacho del que les hablé desde el principio de esta crónica. Al amparo de los festejos que he descrito, un nuevo sentimiento comenzó a brotar en su interior, intentando vencer la timidez propia de la edad y una absoluta inexperiencia en ese campo: El que vino de la mano de una jovencita que acabó convirtiéndose en el gran amor de su vida.

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