sábado, 14 de abril de 2007

REFLEXIONES DE UN MES DE ABRIL

Se cumplen en estos días los setenta y seis años de la proclamación de la II República Española. El domingo 12 de Abril de 1934, republicanos y socialistas resultaron sorprendentes ganadores de unas elecciones municipales en 41 de las 50 capitales de provincia, obteniendo un triunfo histórico. De los 1.724 concejales, 772 eran republicanos; 290 socialistas; 467 monárquicos y 192 de otras formaciones políticas. Por fin, se abrió paso en las urnas una España libre y regeneracionista, brutalmente truncada cinco años después por el golpe de estado y la guerra civil. Con todos los errores que pudieran achacársele, fue una época de espectaculares cambios económicos y sociales en un país dominado por una oligarquía inmovilista y pasto del caciquismo que, a la postre, movieron todos los hilos para acabar bañando en sangre las esperanzas populares.
La pregunta es si casi ochenta años después, el deseo de una España republicana se ha perdido para siempre. En esta reflexión, vaya por delante que un sistema republicano no significa de por si la cura para los males democráticos de un país. Pero también es evidente que si hablamos de democracia, resulta una incongruencia que la máxima representación de ese estado lo sustente una institución tan anacrónica como la monarquía. Si los cargos públicos son elegidos por el pueblo, ninguna institución debería quedar al margen de ese proceso. Ahora que se habla de reforma de la Constitución, lo que se debería poner en cuestión no es si una mujer puede llegar o no a reinar, sino que el proceso democrático no estará completo si los ciudadanos no pueden elegir a la máxima representación de su nación. Nadie puede negar la importancia de la figura de Juan Carlos I durante la transición, pero ya es hora de debatir sin temores si deberíamos prepararnos adecuadamente para que la III República se instaure cuando él desaparezca de la escena pública.
Mientras tanto, también debería preocuparnos el estado de salud de nuestra democracia. No tiene buena pinta la cosa. El particular sistema electoral que se implantó en su momento (Ley de Hont) apostó por institucionalizar la partitocracia y el bipartidismo, convirtiendo a los grandes partidos en maquinarias electorales, donde, paradójicamente, la democracia suele brillar por su ausencia, y convirtiendo a sus líderes en profesionales de la política. La alternancia actual PSOE-PP ha vuelto sectaria, monótona y enrarecida la vida pública. Es necesario y urgente el establecimiento de listas abiertas, que los elegidos respondan directamente ante sus electores. También debería legislarse con claridad para erradicar el transfuguismo y sacar de las catacumbas la contabilidad de los partidos y sus fuentes de financiación.
En otro orden de cosas, resulta muy preocupante la deriva de la derecha española hacia posiciones de una radicalidad insólita. Resulta paradójico que los que se niegan a aceptar las legítimas demandas de revisión de los procesos sumariales y obscenas sentencias que llevaron a la prisión y a la muerte a tantos españoles durante la dictadura, sin embargo tengan en cuenta el pasado para volver a imponer en las instituciones y en las calles una forma de hacer política que siempre nos ha acabado llevando al enfrentamiento fraticida. Es evidente que son otros tiempos, pero nunca está de más aprender del pasado.

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