martes, 6 de marzo de 2007

ANAGA


Anaga

Entre el húmedo silencio de la laurisilva,
bajo la cúpula frondosa de los árboles,
el aire es denso y se respira el musgo.
La sombra es la reina, a veces violentada
por esbeltas líneas de luz que la atraviesan,
yendo a descansar suavemente en una alfombra
que el verdor de los helechos extienden por doquier.

La neblina habitualmente se apodera del espacio
desdibujando las formas y depositando sus gotas,
generosa ofrenda del alisio, que es vida para la isla.
Los pulmones agradecen respirar este aire,
es paz, tranquilidad, como viajar a otro mundo,
a la reserva de un paisaje que ya es resto del pasado.

Un sendero se estrecha entre el túnel del ramaje,
y el cantar de los pájaros matiza los silencios.
De pronto, un claro se despeja en el camino:
Al fondo, el horizonte dibujado sobre el mar,
y desde lo más alto del cauce de un barranco,
el espíritu se encoge con la belleza natural
de este hermoso paraíso que llamamos Anaga.

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