Anaga
Entre el húmedo silencio de la laurisilva,
bajo la cúpula frondosa de los árboles,
el aire es denso y se respira el musgo.
La sombra es la reina, a veces violentada
por esbeltas líneas de luz que la atraviesan,
yendo a descansar suavemente en una alfombra
que el verdor de los helechos extienden por doquier.
La neblina habitualmente se apodera del espacio
desdibujando las formas y depositando sus gotas,
generosa ofrenda del alisio, que es vida para la isla.
Los pulmones agradecen respirar este aire,
es paz, tranquilidad, como viajar a otro mundo,
a la reserva de un paisaje que ya es resto del pasado.
Un sendero se estrecha entre el túnel del ramaje,
y el cantar de los pájaros matiza los silencios.
De pronto, un claro se despeja en el camino:
Al fondo, el horizonte dibujado sobre el mar,
y desde lo más alto del cauce de un barranco,
el espíritu se encoge con la belleza natural
de este hermoso paraíso que llamamos Anaga.
Entre el húmedo silencio de la laurisilva,
bajo la cúpula frondosa de los árboles,
el aire es denso y se respira el musgo.
La sombra es la reina, a veces violentada
por esbeltas líneas de luz que la atraviesan,
yendo a descansar suavemente en una alfombra
que el verdor de los helechos extienden por doquier.
La neblina habitualmente se apodera del espacio
desdibujando las formas y depositando sus gotas,
generosa ofrenda del alisio, que es vida para la isla.
Los pulmones agradecen respirar este aire,
es paz, tranquilidad, como viajar a otro mundo,
a la reserva de un paisaje que ya es resto del pasado.
Un sendero se estrecha entre el túnel del ramaje,
y el cantar de los pájaros matiza los silencios.
De pronto, un claro se despeja en el camino:
Al fondo, el horizonte dibujado sobre el mar,
y desde lo más alto del cauce de un barranco,
el espíritu se encoge con la belleza natural
de este hermoso paraíso que llamamos Anaga.
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