martes, 6 de marzo de 2007

ACTITUDES FRENTE A LA INMIGRACIÓN


Resulta curioso y, por qué no decirlo, bastante desesperanzador, ver como a pesar del supuesto avance de los tiempos y las modernidades con las que pretendemos adornarnos, cuestiones que parecen nuevas en lo referente a la condición humana en realidad son tan antiguas como nuestro andar erguido por el mundo intentando comportarnos como seres racionales. Ignoro si son restos genéticos de nuestro pasado irracional o sencillamente son consustanciales a nuestra condición humana, pero aún estamos lejos de haber dejado en nuestro camino evolutivo el miedo ancestral al desconocido, al extraño, al otro que sentimos como diferente.
Viene esto a colación por un artículo que ha llegado a mis manos de mi admirado Antonio Álvarez de la Rosa, en el que comenta la correspondencia que mantuvieron durante 10 años, de 1866 a 1876 dos escritores e intelectuales comprometidos con el tiempo que les tocó vivir, como fueron Flaubert y George Sand. Cuatrocientas cartas en las que el afecto y la admiración que se profesaron superaban las barreras ideológicas que a veces les separaban, algo que desde todos los puntos de vista estamos necesitando con urgencia en este país en el que desde algunos sectores, se ha apostado por la confrontación a toda costa. Una dinámica que nos está llevando a marchas forzadas a un terreno demasiado conocido en nuestra historia. Pero centrémonos en lo que esta vez nos ocupa:
En estos días en que la inmigración y sus posibles consecuencias ocupan los primeros lugares en los índices de preocupación social, dos de aquellas cartas nos demuestran que algunos problemas siguen sin resolverse con el pasar de los años.
Según un periódico de Ruán, el 28 de mayo de 1867 "cuarenta y tres zíngaros, procedentes del Indostán y huyendo de las invasiones mongoles", habían plantado sus tiendas en el Patio de la Reina de esa ciudad. Se marcharon el 6 de junio en dirección a Le Havre para embarcar hacia América. Noticia que da pie a Flaubert para escribirle lo siguiente a George Sand el 12 de junio: "Hace ocho días, me quedé pasmado ante un campamento de gitanos que se habían establecido en Ruán. Es la tercera vez que los veo. Y siempre con renovado placer. Lo admirable es que excitan el Odio de los burgueses, aunque sean inofensivos como corderos. Me dolió mucho ver a la multitud dándoles unos céntimos y escuché lindos y necios comentarios. Ese odio encierra algo muy profundo y complejo. Lo encontramos en toda la gente de orden. Es el odio que profesan al beduino, al Herético, al filósofo, al solitario, al Poeta. Hay miedo en ese odio. A mí, que siempre estoy a favor de las minorías, me exaspera. Es verdad que muchas cosas me exasperan. El día en que no me indigne, me hundiré, como una muñeca a la que le quitan su apoyo"
Esta reflexión hace que George Sand responda dos días después, comentando su encuentro en un pueblecito de la costa cercano a Tolón con una comunidad que vivía de la pesca y que se mantenía completamente aislada del resto de la población a causa del evidente desprecio de esta última y con unas lengua y costumbres propias, diferentes a las de sus convecinos. La escritora les visitó, estuvo entre ellos, dialogó y pudo comprobar que eran gente sencilla y que no entrañaban peligro alguno. Poco después se encontró con el vigilante de la costa y al comentarle ese encuentro, la recriminó, argumentando que eran gentes peligrosas, “moros que se habían quedado en aquella costa después de las últimas grandes invasiones en la Provenza”. “Cuando le pregunté qué daño hacían, me confesó que ninguno. Vivían del producto de su pesca y, sobre todo, de los restos de naufragios que sabían rescatar antes que los más diestros. Eran objeto del más absoluto desprecio. ¿Por qué? Siempre la misma historia: el que no actúa como todo el mundo solo puede hacer el mal".
Debería hacernos reflexionar seriamente que habiendo expresado estas opiniones en pleno siglo XIX, aún se encontrarían con sobrados motivos para condenar las actitudes de algunos grupos políticos y determinados medios de comunicación de nuestros días. Que lamentable.

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